A veces nos peleamos con lo que sentimos y eso es pelearse con ese niño que fuimos. Ocurre algo en nuestra vida actual que dispara el dolor que pudimos haber sentido en nuestra infancia y nos enfadamos con él “No puedo sostener este dolor”, “No quiero sentirme así ”... y buscamos a un culpable de nuestro dolor, como un niño cuando se golpea con una mesa y le dice a la mesa: “tonta!!!!”
Pero los niños están abiertos a lo nuevo, a lo que ocurre, confían en la vida por naturaleza y para ellos lo más relevante es lo que les indica un adulto, puesto que, como buen cachorro, viene programado para su supervivencia y para vincularse con alguien mayor que sabe sobrevivir ya por sí mismo.
El buen adulto protege, es compasivo, y con su mirada tranquiliza al niño. Este adulto también está en todos nosotros. A veces, quizás tengamos un adulto que nos haga más daño que bien. Probablemente nuestro adulto interior aprendió de otro su forma desadaptativa. Pero...Tú tienes una sabiduría esencial, más allá de lo aprendido en tu ambiente y que tiene compasión y te tranquiliza. Párate a verla. Cuando notes que tu niño está asustado, enojado, triste, confundido, asqueado, …... Necesita esa parte de ti que va más allá de lo aprendido y obligado. Es tu propia naturaleza, que acepta al niño tal cual es y que logra que éste vuelva a jugar en la vida. Con una mirada limpia, con apertura a lo nuevo que llega, con capacidad de exploración, con sus 5 sentidos en lo que está sucediendo como si fuera la primera vez.
Porque, como decía Friedrich Nietzsche: “La madurez del hombre consiste en recuperar la seriedad con que jugaba cuando era niño”